jueves, 30 de abril de 2015

1852. Doña Juana de Vega y Martínez. De la visita de los duques de Montpensier a la epidemia de cólera.

Los salones de la casa de Doña Juana de Vega en la calle Real 56, tuvieron durante el mes de julio de aquel año de 1852 una frenética actividad. Eran por derecho propio un lugar emblemático de las reuniones de carácter liberal de conocidos y distinguidos coruñeses.

Juana de Vega y Martínez había nacido en la Coruña, el día siete de marzo de 1805 en el seno de una familia muy acomodada, de principios liberales que cultivaba las letras, artes y humanidades.

El día de Navidad de 1821 cuando Juana contaba tan sólo dieciséis años, se casa por poderes en su domicilio de la calle Real, con el gran patriota, destacado participe en la guerra de la Independencia contra los ejércitos del despótico Napoleón Bonaparte, el navarro Francisco Espoz e Ilundain más conocido como Espoz y Mina que alcanzaría por méritos de guerra el grado de mariscal de campo de los ejércitos españoles. Aquel matrimonio se llevó a cabo con inusitada celeridad debido a que el general Espoz y Mina había sido relevado de su mando al frente de la capitanía general de Galicia y obligado a salir con premura de la ciudad coruñesa con destino a León. En León el matrimonio vivirá feliz por espacio de seis meses hasta que Espoz es nombrado Capitán General de Cataluña. Él matrimonio se trasladará a Barcelona pero la joven Juana regresará de inmediato a La Coruña para reponerse de una grave enfermedad.

Oda al 2 de mayo

Reproducimos la impresionante Oda al 2 de Mayo, obra del insigne poeta Bernardo López, uno de los más reconocidos del siglo XIX, publicada en 1866. El éxito obtenido con esta composición hizo pasar a su autor con el sobrenombre del "poeta del 2 de mayo".
 
La Oda, sintetiza en sus estrofas el arrojo y valentía del pueblo de Madrid que, en unión de un puñado de heroicos Soldados, se echó a las calles para defender la independencia de la Patria en unos instantes en que esta peligraba.
 
Este gesto, plasmado magistralmente por los pinceles del inmortal Francisco de Goya, prendió como una llama que hizo que todo el pueblo español, desde Galicia a Cataluña, desde Vascongadas a Valencia, desde Asturias a Andalucía, sin olvidar nuestros archipiélagos, se levantase al unísono al grito de ¡fuera el invasor!
 
Finalmente, tras una cruenta guerra que costó a los españoles miles de vidas, Napoleón y sus esbirros fueron expulsados de suelo patrio.
 
 

domingo, 26 de abril de 2015

1905. EL Modernismo Coruñés. 1915. El estilo Ecléctico.

La caída de la muralla del frente de tierra, que discurría entre el fuerte del Malvecín o fortaleza de salvas, situado en la bahía, y el baluarte del Caramanchón, en el Orzán,- la actual avenida de Juana de Vega-, va a propiciar el nacimiento de los primeros ensanches y plazas de la ciudad. En los cuales se va a llevar a cabo un extraordinario trabajo arquitectónico y urbanístico de la nueva Coruña de principios del siglo XX. Nacen tres de las más señeras plazas coruñesas: 
La de Pontevedra, la de Lugo y la de Orense. En ellas estará muy presente un nuevo arte, una estética nueva, en la que van a predominar la inspiración en la naturaleza, el uso de la línea curva, asimetría en planta y alzados, empleo de imágenes femeninas mostradas en actitudes delicadas. La libertad para el uso de motivos exóticos así como un guiño a la sensualidad y a la complacencia de los sentidos. Nace el modernismo coruñés. 

Una jornada negra en La Coruña

La Coruña del inicio de los años 20 era una ciudad de unos 60.000 habitantes; el censo efectuado en 1920, primero de aquella década capaz de aportar datos fiables, le asignó una población de hecho de 62.022 habitantes con una de derecho de 63.603.


Plaza de Mina 

Sin duda alguna era la Capital de facto de Galicia y su ciudad más permeable a modas y usos venidos de fuera de la Región gallega. Cabecera de la 8ª Región Militar y de la Audiencia Territorial, instituciones ambas fijadas en la ciudad desde tiempos de Felipe II, La Coruña constituía la vanguardia de Galicia ostentado los títulos de "Cabeza, guarda y llave, fuerza y antemural del Reino de Galicia", otorgados también por el S.M. Rey Felipe II.

jueves, 23 de abril de 2015

En el día de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra.

Con extraña habilidad
un soldado, poco a poco,
queriendo pintar un loco
retrató a la humanidad. 
Como dijo la verdad, 
dejó al mundo descontento, 
y, mendigando el sustento, 
murió de hambre el pobrecito, 
acusado del delito... 
de tener mucho talento. 
En obra tan singular, 
que rival no ha de tener, 
España aprende a leer, 
el mundo aprende a pensar. 
De aquel tesoro sin par, 
Cervantes, con rica vena, 
puso tanto en cada escena 
en una página sola, 
que (aun siendo la obra española) 
España la encuentra buena. 
Hoy dice el mundo (y se engaña) 
—¡pues no era manco el autor!— 
Mas quien hizo tal primor 
salió manco de campaña. 
Si por la gloria de España 
que en el Quijote se encierra 
Europa nos arma guerra, 
decid con desdén profundo: 
—El mejor libro del mundo 
lo escribió un manco en mi tierra.



Miguel de Cervantes y Saavedra está considerado como el más grande escritor español de todos los tiempos, y uno de los mejores escritores universales.


Es de creencia popular que el 29 de septiembre de 1547 Don Miguel nació en Alcalá de Henares.


Fue bautizado en la iglesia de Santa María el 9 de octubre de 1547, siendo el cuarto de siete hijos del matrimonio compuesto por el cirujano-barbero Rodrigo de Cervantes y de Leonor de Cortinas.


Con toda probabilidad cursó sus estudios con los jesuitas en Córdoba o Sevilla y quizás en Salamanca. Durante su adolescencia vivió en distintas ciudades españolas (Madrid, Sevilla).

Al cumplir los veinte años, abandonó España para probar fortuna en Roma, ciudad donde estuvo al servicio del cardenal Acquaviva a quien siguió por Palermo, Milán, Florencia, Venecia, Parma y Ferrara.

La Infantería de Marina en la ocupación de Larache y Alcazarquivir

Consecuencia de los tratados franco-españoles de 1904 y 1905 y del Acta de Algeciras, firmada tras la celebración en esta localidad gaditana de una conferencia internacional con la asistencia de delegados de España, Francia, Gran Bretaña, Alemania, Imperio Austro-húngaro, Bélgica, Italia, Estados Unidos, Portugal, Países Bajos, Rusia, Suecia y Marruecos, entre el 16 de enero y el 7 de abril de 1906, España y Francia asumieron el protectorado de Marruecos zanjando así la crisis creada en 1904 entre Francia y Alemania por el control del Sultanato norteafricano; pese a todo el establecimiento efectivo de este protectorado no se formalizó hasta la firma del tratado Hispano-francés de Fez en marzo de 1912 por el que se fijaban definitivamente las zonas de influencia de ambas potencias y del que España saldría notablemente perjudicada en sus intereses no solo por la modificación de la línea divisoria establecida en un principio, sino también por el hecho de asignarle el sector más pobre y agreste y a la par más belicoso de todo el territorio.


Leyes generales de educación. 1857-2013

El tan cacareado tema de la educación en nuestro país necesita simplemente unos pocos datos para entender el motivo de nuestras bajas calificaciones en los informes PISA; solamente la estulticia puede explicar lo que ha sucedido en los últimos 40 años. La cortedad de miras, la visión partidista, los gurús de la enseñanza y, en más de una ocasión, la ignorancia disfrazada de conocimiento, nos han llevado hasta donde ahora estamos. Y lo que es peor, no parece que tenga solución inmediata.
En estas líneas me propongo recordar las sucesivas leyes de educación que hemos sufrido. Una simple lectura ofrece conclusiones demoledoras. Dejo para quien lea el “placer” de sacar las propias.

miércoles, 22 de abril de 2015

D. José Andrés Cornide Saavedra y Folgueira (1734-1803)

Muchos y notables personajes ha dado esta ciudad. Entre ellos, José Cornide, polígrafo y, con seguridad, el intelectual coruñés más sobresaliente de su época. Fue un hombre de la Ilustración que intervino en numerosas empresas culturales y económicas que se llevaron a cabo en La Coruña y Galicia.

Varias instituciones recogen sus obras y estudios de muy diversas disciplinas. Fue una mezcla de distintas personalidades con diversos intereses:  un erudito con una visión práctica de la vida.

Hay que situarse en la época para darle el verdadero valor  de su obra. El contexto en el que nace es de ignorancia empercudida, de anclaje en el pasado y miedo a todo tipo de cambios, de falta de libertades y con una enorme influencia de una Iglesia especialmente conservadora; solo el puerto era una ventana abierta a otras ideas pero esas ideas llegaban exclusivamente a un sector de la población, liberal y cultivado, pero también sometido a las imposiciones del devenir político de la época y las limitaciones de la tradición religiosa.

En este contexto, Cornide se convierte en promotor de actividades culturales que, como no podía ser de otra manera, tenian sus raíces en la Enciclopedia, en la valoración de lo experimental y en la crítica.   Pero siempre desde una visión práctica. Es esta forma de pensar la que le lleva a crear La Academia de Agricultura, el Hospicio, el Montepío de Pescadores o el Consulado aunque cierto es que muchas de sus empresas fracasaron por una deficiente gestión económica.

También es cierto que su devoción por la Ilustración no impide que sea hijo de su extracción social de clase elevada, conservador en política, religión y economía, como corresponde a su clase social y época.

Fue Regidor bienal en La Coruña, Regidor perpetuo en Santiago, vocal de diversas Juntas dedicadas al fomento… En resumen, un verdadero hombre de la Ilustración que, con sus luces y sombras, no está suficientemente reconocido en nuestra ciudad.

Para conocer mejor esta figura coruñesa, el magnífico trabajo de Pedro López Gómez, publicado por Vía Láctea, es un referente. 

José Luis García Mendoza

lunes, 20 de abril de 2015

Aquellos cines de La Coruña


La Coruña de los años finales de la década de los 60 e inicios de los 70 era una ciudad divertida, alegre y desenfadada que vivía uno de sus grandes amaneceres. Las tardes y las noches, cargadas de ambiente, transcurrían entre tazas, tertulias, copas y algún que otro espectáculo en vivo que servía para despertar la libido a más de uno.

Nombres tan entrañables como el Galicia, el Whisky Club, el Gales o los Porches, rivalizaban en buen gusto y distinguida clientela, haciendo de cada tarde o cada noche un lugar diferente donde vivir experiencias únicas e inolvidables, en especial en aquellas jornadas de nuestro agosto festivo en que La Coruña, por obra y gracia de la magia del verano, se convertía en un auténtico crisol donde confluían gentes venidas de todos los rincones de España.

Sin embargo, cada vez que el verano se alejaba cubriendo a la ciudad con el manto ocre del otoño, despertaba otra Coruña más intimista y quizás más seductora, donde unos y otros nos conocíamos, cruzando saludos a lo largo del inevitable subir y bajar por la calle Real.

Aquellos largos fines de semana del interminable invierno transcurrían lentos y ávidos de romances a la luz de las calles tenuemente iluminadas con farolas de brazo y bombillas de 200. Unos y otras buscaban el mejor acomodo donde servir al amor, permitiéndose ciertas licencias mal vistas por una sociedad poco o nada tolerante con los escarceos amorosos.

Dentro del abanico de posibilidades que ofrecía la ciudad no sólo para la distracción de las gentes sino también para esas licencias a las que me he referido figuraban, con letras de molde, las salas de cine que por aquellos años abrían sus puertas en Marineda.

Era un tiempo en que todavía se podía recoger en la calle, de manos de algún chaval, el pequeño prospecto que anunciaba los estrenos cinematográficos más relevantes de la semana, destacando a los actores norteamericanos en boga en aquellas calendas.

De entre todos los cines de solera y prestigio de la ciudad, cuyas pantallas acogían los estrenos, destacaban a sobremanera los todavía existentes Teatros "Colón" y "Rosalía Castro", sin duda los buques insignia de la flotilla de salas cinematográficas y a las que, por estos años, se unió el Cine "Riazor", vanguardia y avanzadilla de la modernización de este tipo de locales, dotado con más comodidades y mucho más funcional que los otros dos sin por ello perder su característico toque de elegancia.

Con ellos, en un segundo plano, aunque todavía en las líneas de vanguardia, los "Coruña", "Avenida" y "París", este último de reciente desaparición. En ellos se proyectaban estrenos de menor tronío y algún que otro reestreno de películas muy taquilleras, proyectadas previamente en alguno de los “grandes”.

Ya la piqueta había hecho desaparecer el "Savoy" y el "Doré", el primero en plena calle Real donde se estrenó la primera película sonora en una sesión llena de glamour y el segundo en pleno Juan Flórez, cerca del también desaparecido Colegio femenino de Cristo Rey.

La oferta de salas cinematográficas de la zona centro de la ciudad la completaba el "Goya", ubicado en la calle Cordelería y que por aquellos años había cambiado su orientación, trocándose en cine de arte y ensayo, donde tuvimos la oportunidad de asistir al estreno de “Helga”, una controvertida película que recogía las más duras escenas de un parto y que según la crítica o tal vez fruto simplemente de una de esas leyendas urbanas que corren de boca en boca, provocaba constantes desmayos entre los espectadores, obligando a permanecer en el hall de la sala a un equipo sanitario de primeras asistencias, algo que, desde luego, no pudimos contrastar. 

Junto a este, el "Kiosco Alfonso", en los Jardines del Relleno, funcionando tan sólo la sala del piso superior y con los bajos ocupados por la terminal de AVIACO y por aquella simpática cafetería con idéntico nombre de “Terminal” que regentaba la entrañable Angeles de la Iglesia y como no, el "Equitativa", superviviente hasta hace pocas fechas, en cuya única sala, de sesión continua, el incombustible “Chousa”, fallecido no ha mucho tiempo, velaba por el orden y seguridad más de una vez distorsionado por gritos o bromas de regular gusto gastadas por los espectadores, la mayoría estudiantes de bachillerato que hacían “novillos” refugiándose en el cine que, merced a lo continuado de sus sesiones, permitía ocultarse de miradas delatoras mientras duraba la jornada escolar.

Los distintos barrios coruñeses también presentaban, en las páginas de los periódicos locales, sus respectivas ofertas cinematográficas. Así por ejemplo, en la zona de Santa Margarita abría sus puertas el cine "Rex", explotado por la Empresa Fraga y que acogía películas estrenadas en el Riazor o en el Salón París, pertenecientes a la misma Empresa.

Monelos o la Avda. de Finisterre contaban igualmente con sendas salas que ostentaban estos nombres al igual que la calle de San José, próxima a la de la Torre, donde el cine "Hércules" era el encargado de cubrir esta parcela del ocio.

Con todos ellos, el "Ciudad", en plena Plaza de Azcárraga; el "Ideal Cinema", en la Gaiteira; el "España" en el barrio del Gurugú y el "Alfonso Molina", en las proximidades de la Estación de San Cristóbal, completaban la oferta coruñesa de salas cinematográficas.

La afición al cine en nuestra ciudad, la misma que había hecho concebir ilusiones a los que organizaron aquel “I Festival del Cine del Mar”, que en sesión restringida estrenó “El Acorazado Potenkin”, permitía mantener vivos al menos dos Cine Clubes, uno el “Coruña” y otro el “Aldebarán”, del que era su preboste mi buen amigo Ricardo Fernández Castro, que periódicamente organizaban ciclos de culto, arte y ensayo, de directores o de actores de moda en el momento.

Salas como la de la Casa de la Cultura, la del Colegio Santo Domingo o la propia del Equitativa acogieron estos ciclos que eran seguidos por numerosos incondicionales que acudían para recibir la lección magistral de algún cinéfilo antes de la consabida proyección del film.

Sería injusto no mencionar aquellas salas de los Colegios Maristas, en la Plaza de Lugo, y Hogar de Santa Margarita, en Valle Inclán, que en las tardes de los domingos de temporada ofrecían pases de películas no sólo para los alumnos del Centro si no también para todos aquellos que gustasen de acudir a sus sesiones abonando un más que módico precio. 

Así transcurría la vida en aquella Coruña de finales de los 60 que gustaba de acudir a los estrenos en los principales cines de la ciudad, pero que no se sustraía a presenciar cualquier reestreno en los distintos cines que funcionaban a diario a lo largo y ancho de Marineda o que simplemente acudían a cualquiera de sus salas para, ocupando los asientos más esquinados de las últimas filas, entregarse al siempre gratificante rito de dar culto al amor por medio de un beso furtivo.

José Eugenio Fernández Barallobre.

1872. La fugaz visita a La Coruña del Rey Amadeo I de Saboya.



Corrían extraños y agitados tiempos para España cuando el día 19 de agosto de 1872, el nuevo Rey Amadeo de Saboya realizó una fugaz visita de cortesía  a La Coruña.  En 1868 la revolución conocida con el sobrenombre de la Gloriosa, había derribado del trono a la Reina Isabel II y se había llevado por delante a la secular monarquía española. La sublevación de la escuadra, para acabar con la dinastía borbónica, hizo viable la llegada desde su exilio en Inglaterra del general Juan Prim y Prats. Se  formó una junta presidida por el almirante Juan Bautista Topete y el avance victorioso de Prim por la costa mediterránea, posibilitó que toda España saludase el nuevo movimiento con enormes muestras de júbilo. El general Francisco Serrano, otro de los implicados en la sublevación, vencedor en el Puente de Alcolea (Córdoba) del Ejército realista, fue nombrado presidente del gobierno provisional y Juan Prim ocupó la cartera de Estado.

Las Cortes por medio de un pacto entre progresistas y unionistas, aprobaron una nueva constitución. Por decisión del general Prim, España continuó constituyéndose en una Monarquía.  Serrano, “el general bonito” es nombrado regente y Prim asciende a Jefe de Gobierno, conformándose un gobierno con una combinación de progresistas y unionistas.
Para ocupar el trono vacío, los progresistas proponían la candidatura de Fernando de Coburgo y los unionistas  la de Antonio de Orleáns, Duque de Montpensier, cuñado de la reina Isabel y uno de los principales instigadores de la revolución. Ninguna de las opciones cristalizará en algo positivo. Prim ofreció entonces la corona  al duque de Génova que la rechazó, al igual que hizo el duque de la Victoria, General Baldomero Espartero. Con pocas opciones a la vista, Prim volvió a ofrecérsela al Duque de Aosta quien la había rechazado en primera instancia. En esta ocasión el duque acepta y su candidatura es aprobada por las Cortes por 191 votos  a favor, registrándose también en aquella votación 60 papeletas por la República  federal 27 por el duque de Montpensier, 8 por el general Espartero, 2 por la República unitaria, 2 por Alfonso de Borbón, 1 por una República indefinida y 1 por la duquesa de Montpensier, la infanta María Luisa Fernanda, hermana de Isabel II y  19 en blanco. Reinará con el nombre de Amadeo I de Saboya. El nuevo Rey hará su entrada en España el 30 de diciembre de 1870, el mismo día en que su principal valedor, el general Prim y Prats, muere en su casa a resultas de un complot masónico auspiciado, con casi toda probabilidad entre otros, por el General Serrano, el almirante Topete y el duque de Montpensier, enemigo visceral de Prim. A las siete y media de la tarde del día 27 de diciembre la berlina verde tirada por dos caballos en la que viajaba en el general Prim con destino a su casa del ministerio de la guerra en el palacio de Buenavista, sale del palacio de las Cortes. Iba acompañado por el coronel Moya y su ayudante  Ángel  González Nandín, reconocido militar y con el tiempo importante ganadero de reses bravas, además del cochero. La noche es muy desapacible cayendo en esos momentos sobre Madrid una copiosa nevada. Al llegar el vehículo a la calle del Turco (hoy Marqués de Cubas), tres individuos vestidos con blusas (entre ellos el diputado José Paul Angulo) se acercan al coche presidencial, que se ha detenido unos momentos para no chocar con otros dos carruajes  atravesados en la calzada. Los agresores provistos de pistolas, retacos y carabinas efectúan durante unos segundos numerosos disparos contra el vehículo del presidente, uno de ellos a quemarropa, alcanzado a Prim en su hombro izquierdo y en la mano derecha, provocándole importantes heridas, incrustándose incluso varios granos de pólvora en su cara. Hasta ocho balas fueron extraídas del cuerpo del ilustre militar. Se creyó hasta hace escasas fechas que Juan Prim había muerto a consecuencia de la infección por  sepsis, producida por las graves heridas sufridas en el atentado. Sin embargo en octubre del año 2012 un importante grupo de forenses y expertos criminólogos de la universidad Camilo  José Cela, bajo la dirección de Francisco Pérez Abellán, desenterraron en Reus la momia del general que reveló que Don Juan Prim y Prats fue muerto por estrangulamiento a lazo efectuado por un sicario a las ordenes de los instigadores intelectuales del magnicidio y no por las heridas recibidas que no llegaron afectar ningún órgano vital, quedando así resuelta una parte importante de uno de los grandes enigmas españoles de los dos últimos siglos.

Amadeo llegaba para rezar ante el cadáver del militar que lo había embarcado en tan complicada y peligrosa aventura. En los poco más de veintiséis meses de su reinado, el nuevo Rey se dedicó a recorrer todos los lugares de su nueva Patria. El turno a La Coruña le llegaría el 19 de agosto de 1872. Ese día, Amadeo de Saboya, acompañado por los ministros de Gracia y Justicia, Montero Ríos y de Marina, Berenguer Ruíz de Apodaca, arribó al muelle de hierro para realizar una visita de menos de veinticuatro horas a nuestra ciudad.

Fue recibido por el Capitán General José Sánchez Bregua. Ni un solo viva a su persona se oyó  a su paso por las calles en su trayecto desde el muelle al Palacio de Capitanía donde quedó alojado. Esa gran frialdad con que le recibió la ciudad, venía dada por la postura del  diputado republicano, Ramón Pérez Costales, que desde su retiro voluntario de Palavea, publicó dos hojas sueltas que alcanzaron notable difusión. En una de ellas, hacía mención al carácter de ciudad abierta y liberal que era La Coruña.

De entre sus párrafos merece la pena destacarse el que sigue: “Posáis, rey Amadeo, vuestra extrajera planta en una ciudad siempre celosa de su españolismo. Veréis una calle que se llama María Pita. Lleva el nombre de una heroína matrona que salvó a esta ciudad matando al caudillo inglés. Otras calles, las principales, se llaman Cantón de Porlier, Cantón de Laci, calle de Acevedo  y de Espoz y Mina. Ya comprenderéis que pueblo que tanto estima estos recuerdos y que esculpe esos nombres sagrados en las esquinas para que sean recordados millones de veces cada día, ha de sentir que seáis señor extranjero. El grito de guerra que dio la heroína, María Pita, para que otros imitasen su ejemplo fue “atrás el extranjero”. Porlier, Laci, Espoz y Mina y Acevedo también arengaban a sus huestes con ese mismo grito “atrás el extranjero”.  Por eso nos ha de extrañar que a vuestra llegada el pueblo no grite, la voz se le ahogaría en la garganta, “viva el rey extranjero, adelante el extranjero”. La Coruña es una ciudad republicana. El ayuntamiento es republicano. Su representante en Cortes para la próxima legislatura será también republicano. Estáis pues en territorio enemigo, completamente enemigo, pero enemigo leal. El pueblo os ve llegar, os deja pasar y se prepara. Si la mayoría de los pueblos de España envía representante como el de La Coruña, las Cortes serán republicanas y estáis destronado y perderéis vuestra corona, rey Amadeo”.

En la segunda hoja, Costales criticaba duramente al alcalde, republicano como él, Federico Tapia, por haber asistido a la recepción  real y haberse comportado cortésmente con el monarca. Esa ácida y dura critica llevaría a los dos políticos a mantener una enemistad de por vida. De todas formas y en honor a la verdad, el alcalde Federico Tapia y su corporación habían promulgado un acuerdo en el que se decía textualmente: “El ayuntamiento de la Coruña, cumpliendo un deber que la ley y la educación imponen, asistirá en nombre del pueblo a la recepción del primer magistrado de la nación. No habrá ninguna clase de festejos en su honor debido a la escasez de recursos por los que atraviesa el municipio”. Incluso a la hora de los discursos de bienvenida al Rey pronunciados en el Ayuntamiento coruñés el alcalde Federico Tapia le había dicho al monarca entre otras cosas lo siguiente: “Estáis en la capital de Galicia, ciudad tan fiel al espíritu de Nación como amiga de su independencia. Apartada ciento diez leguas de la capital centralizadora que todo lo absorbe y lo consume y donde se reparten pingües y cuantiosos capitales que representan el sudor y la fatiga, la actividad y la industria, el trabajo y la inteligencia, el ahorro y la economía del indomable pueblo español, esta ciudad y su comarca no pudo, cual era acreedora, disfrutar proporcionalmente concesiones que otras ciudades y comarcas alcanzaron. Prueba de ello es el deplorable estado del ferrocarril  y lo precario de sus habitantes y ayuntamiento popular envuelto en una considerable deuda.
Nada más tengo que deciros; tened en cuenta y sabed que si sois hombre de valor y de espíritu fuerte, a favor no la habéis menester, pues los gallegos de horados se precian y de nobles se pierden. Entrad pues en paz en la ciudad. Que vuestra estancia aquí no turbe nuestra fe ni altere en nada nuestra envidiable tranquilidad”.

El Rey fue recibido en el gobierno civil por el Gobernador quien ofreció un almuerzo en su honor. La tertulia La Confianza cedió a regañadientes los muebles para habilitar en el Palacio de Capitanía la estancia real.  La dueña de la fonda La Universal a la que se asignó el suministro de la comida durante la estancia de su Majestad en la ciudad, solicitó la nada despreciable cantidad de veinticinco duros por cubierto sin vinos ni vajilla y que se le eximiese de toda culpa en caso de envenenamiento del monarca, circunstancia que venía agravada desde el atentado que el propio Rey sufriera en la calle del Arenal de Madrid y por su visita a Valladolid donde alguien quiso echarle veneno en los alimentos que iba a ingerir. ¡Vaya panorama!

Amadeo visitó la fábrica de tabacos, el hospital, girando también visita a las unidades militares de la plaza y al acuartelamiento de Atocha donde presenció una parada militar. No hubo una sola fiesta en su honor ya que ni el Ayuntamiento, ni las sociedades recreativas, ni el vecindario, aportaron ayuda económica, algo bien distinto a lo que había sucedido con la visita en 1858 de Isabel II, pues los vecinos en menos de cuarenta y ocho horas consiguieron para las fiestas en honor de la Reina la cantidad de 16 duros.

Gracias a quien fue durante años cronista oficial de la ciudad, Juan Naya hemos conocido en el tiempo, tres anécdotas muy curiosas de la visita de Amadeo de Saboya a La Coruña. La primera fue el sumo cuidado que tuvo el alcalde Federico Tapia de llamarle siempre “señor” y no “majestad”. La segunda que disgustó sobremanera al monarca  fue la frialdad con que se comportaron las tropas que apenas contestaron  a los vivas de ordenanza dados por sus Jefes y oficiales en su honor. La tercera sin embargo resultó singular y entrañable ya que el Rey se llevó para su escolta a un policía municipal gigantesco, dotado de una  fuerza descomunal llamado Hilario Ricoy que volvería a La  Coruña al producirse la abdicación del Rey  en febrero de 1873 para incorporarse de nuevo a la policía municipal. Moriría en La Coruña en 1915.

 El día 11 el Rey Amadeo cansado de las pugnas políticas entre Manuel Ruiz Zorrilla y Práxedes Mateo Sagasta y de los desaires e imposiciones recibidas, entre ellas la reorganización del arma de Artillería, un conflicto creado entre Ruiz Zorrilla y el Arma de Artilleros. El presidente Zorrilla era decido partidario de disolver dicha arma militar, bajo amenaza de dimitir, y el ejército propuso a Amadeo I que prescindiera de las Cortes y del gabinete y gobernara de manera autoritaria. Ante tal situación Amadeo que aquel día se hallaba en el café de Fornos esperando para almorzar se refugió en la embajada italiana y renunció al trono español, fracasando así la monarquía constitucional y la democracia pues  la constitución de 1869  había dado atribuciones a la corona y no al parlamento para el nombramiento del gobierno. España perdía una nueva ocasión de modernizarse y afianzarse constitucionalmente.

Calin Fernández Barallobre

sábado, 18 de abril de 2015

Marineda y sus viejas fuentes



Siempre me produjo una sensación de armónico bienestar escuchar el vago rumor de las aguas deslizándose por los caños de las fuentes creando una sinfonía de suaves matices que ayudan a serenar el espíritu. Por eso he asociado la sensibilidad de las ciudades con la mayor o menor profusión de fuentes públicas repartidas por sus calles y plazas.
Sin embargo si esa sinfonía acuosa ha despertado en mí sensaciones de calma espiritual capaces de provocar mi atención, todavía ésta interior complacencia se ha visto notablemente incrementada con la contemplación de los detalles que suelen rematar las fuentes que llamamos ornamentales y que adornan parques, paseos y plazas.
Son muchas las ciudades españolas que gustan de conservar este legado de pasadas centurias en el que se combina la estética con la funcionalidad, dando como resultado hermosas fuentes que engalanan las plazas más emblemáticas de esas urbes. Me vienen ahora a la memoria fuentes tan señeras como las de Cibeles, Neptuno o Apolo en Madrid; la de la granadina plaza de Bib-rambla o la de Platerías de Santiago e incluso la de Diana cazadora en la vecina Betanzos, por no citar otras muchas de sobra conocidas.
Marineda no podía sustraerse a esa corriente ornamental que como ciudad con una marcada personalidad le corresponde asumir y así, en pleno siglo XVIII, en el reinado del ilustrado Carlos III, la ciudad se vio exornada con dos de las mejores fuentes que todavía posee La Coruña. Hablamos, como no, de la de Neptuno y la de la Fama o el Angel, enclavadas en el corazón de la Pescadería.
La construcción de ambas fuentes data de la época en la que era Corregidor de La Coruña D. Rodrigo Caballero quien, en su afán de dotar a la ciudad de unas mínimas infraestructuras, al menos en materia de suministro de agua potable, ordenó construir las dos fuentes siguiendo los cánones estéticos de la época; fue también este personaje de nuestra particular historia quien impulsó la construcción del acueducto que discurría desde San Pedro de Visma hasta Santa Margarita y del que se conserva, al menos, un fragmento en la denominada urbanización de “los Puentes”, lugar que hasta no hace mucho tiempo albergó los juegos de la chiquillería de la zona de Fernando Macías, Plaza de Portugal, Pérez Cepeda, etc. que concurríamos a aquel paraje para disputar, especialmente en la época veraniega, interminables partidos de fútbol que comenzaban a primeras horas de la mañana y que, tras el obligado parón del mediodía, continuaban hasta el anochecer cuando la falta de luz impedía la práctica del deporte balompédico.
Pero volvamos a nuestras fuentes. Ambas instaladas en el corazón de la Pescadería fueron las encargadas, por aquellas calendas en las que se erigieron, de suministrar el líquido elemento a los ciudadanos de este populoso y mercantil barrio coruñés. La primera, la de Neptuno, fue construida en su emplazamiento actual de la plaza de Santa Catalina, mientras que la segunda, la de la Fama o del Angel, lo fue en Riego de Agua y no donde se encuentra a día de hoy en la plaza del General Mola o plaza de la Fuente de San Andrés a donde fue trasladada posteriormente.
Del original emplazamiento de esta fuente da buena cuenta el callejero coruñés que en tres calles diferentes, aunque situadas de forma casi inmediata la una de las otras, hace referencia a este monumento. Nos referimos a las calles de la Fama que alude a uno de los nombres que recibe la fuente en cuestión; a la próxima del Angel que da cuenta de la otra denominación con la que se le conoce y a la de Trompeta, instrumento este que porta en sus manos la figura del Angel con que se remata la obra. Los nombres de estas tres calles, por su inmediatez al lugar de la primitiva ubicación de la fuente, parecen guardar con ella una estrecha relación.
Estas dos fuentes dieciochescas, ambas de graciosa hechura esbelta y elegante, son de fábrica similar rematándose con pedestales circulares que sostienen las figuras de Neptuno, rey mitológico de los mares, y de un Angel trompetero. Las fuentes se componen de un cuerpo central asentado sobre un pilón en el que se vierten las aguas, en el caso de la de Neptuno por dos caños y cuatro de la de la Fama, todos ellos salientes de mascarones. Llaman la atención los detalles de los escudos de las figuras que rematan ambas fuentes. En la de Neptuno, el mitológico rey, porta un escudo que se adorna con una representación de la Torre de Hércules rematada con dos linternas en lugar de la única que suele mostrar en la mayor parte de la iconografía, mientras que el escudo que sostiene el Angel está adornado con una imagen del sol con rostro humano. 
Más tardíamente, en los años 60 del siglo XIX, la romántica plaza del General Azcárraga o de la Harina, en plena Ciudad Alta o Vieja, fue objeto de la ubicación de una nueva fuente ornamental. Se trata de la llamada fuente del Deseo, una fuente de hierro, de cuatro caños, que se remata con la sugerente figura de una matrona que sostiene en su mano derecha una antorcha y que, rodeada de unos impresionantes plataneros, marca el centro de esta romántica plaza tan íntimamente ligada a viejas vivencias coruñesas.
Esta fuente suministró agua no solo a los residentes en la parte más noble de La Coruña, sino también a los distintos Cuerpos de la Guarnición para quienes estaba reservado uno de sus caños y a los presos de la vieja cárcel del Parrote que acudían en cuerda a beber el preciado líquido.
Otras fuentes como la del monumento a Curros Enríquez, la de Cuatro Caminos e incluso la más reciente de las Pajaritas adornan plazas y paseos de Marineda confiriéndole ese aspecto de gran ciudad que siempre ha tenido.
Viejas fuentes que han llegado hasta nosotros como un legado histórico que tenemos la obligación de conservar.
 
 
José Eugenio Fernández Barallobre

Aquella Coruña...

El viejo trolebús. Cuántos recuerdos...


El organillero, un cásico de los veranos coruñeses.

 Las chiquillas de nuestros sueños. No son las mismas pero se les parecen.

La Plaza de Portugal antes de su remodelación. 
Al fondo las elegantes arcadas que daban paso al Estadio de Riazor

La casa gótica de la plaza de Cánovas la Cruz, otra pérdida que hay que lamentar.

El Castillo de San Diego, ni siquiera su valerosa "hoja de servicios" lo salvó de la piqueta.

La Falla de María Pita, una tradición perdida.

El Paso de "el Beso de Judas" del santiagués Rivas, "misteriosamente" 
desaparecido de nuestra ciudad.

La fuente de la Fama cuando en el Ángel aun tenía trompeta. 

Estampa navideña de ayer.

Otra pérdida irreparable. El lavadero del Orzán.
 
El antiguo Hotel Atlántico. Otra machada su derribo
 
Otra "institución" desaparecida de la ciudad: el trole de dos pisos
 
 
 

Jose Eugenio Fernández Barallobre,

viernes, 17 de abril de 2015

Una bomba en un confesionario.

"PRIMAVERA EXPLOSIVA EN LA CORUÑA"

Tal vez a primera vista llame la atención el título del presente trabajo, sin embargo se trata de una cadena de hechos que, por insólitos hasta ese instante en una ciudad como La Coruña, provocaron no solo alarma en la ciudadanía sino también que una parte de estos sucesos transcendiesen a nivel nacional por medio de la prensa, especialmente la madrileña, convirtiéndose en noticia destacada en muchos de estos diarios. Por otra parte, y este hecho tiene gran importancia desde el punto de vista policial, se trata de uno de los primeros incidentes serios con los que tuvo que enfrentarse la recién creada Sección del Cuerpo de Seguridad de la capital gallega que tan solo unos meses antes se había instalado en la ciudad.


La Coruña, capital indiscutible de Galicia, su ciudad más adelantada y cosmopolita, contaba con el principal núcleo de Instituciones representantes del poder central en la Región: la Capitanía General, lo que implicaba una fuerte guarnición con varios Cuerpos del Ejercito presentes en la plaza, y la Real Audiencia, ambas fijadas, definitivamente, en La Coruña por el Rey D. Felipe II en el siglo XVI, tras su creación, un siglo antes, por los Reyes Católicos, D. Fernando y Dña. Isabel.

Por estas fechas, su población rondaba los 50.000 habitantes (el censo de 1910 fija en 47.084 los de hecho y 49.290 los de derecho); varios teatros, con representaciones dramáticas y de zarzuela, y sociedades de carácter recreativo, con tertulias de alto nivel intelectual, constituían el motor de la vida socio-cultural ciudadana; hoteles de postín concitaban la presencia de numerosos veraneantes al llegar la época estival que acudían a recibir los salutíferos baños de mar y de sol; el comercio, puntero con relación al resto de las urbes gallegas, junto con el puerto, abierto al Atlántico, e incluso cierta actividad fabril, dinamizaban la economía coruñesa. Sus gentes, abiertas y elegantes, permeables a nuevas corrientes, conferían a la ciudad, a sus calles y a sus paseos, un ambiente alegre, populoso y vanguardista, difícilmente parangonable con otras de su entorno.

En cuanto a la situación general de España, digamos que a partir de 1903 se vivió una nueva escalada de atentados de carácter anarquista que tuvieron como escenario diferentes localidades españolas aun cuando el record correspondió a Barcelona convertida en una especie de "ciudad de las bombas". Tampoco hay que olvidar los dos atentados sufridos por S.M el Rey D. Alfonso XIII, uno en París en 1905 y otro, al año siguiente, en Madrid el día de su boda. Todo ello provocó que el Presidente del Gobierno, Antonio Maura, que ocupaba la presidencia del Consejo por segunda vez (1907-1909), comenzase a trabajar en un proyecto de Ley antiterrorista o de represión del anarquismo, inspirada en la de 1894, que finalmente no fue aprobada.


El debate de esta Ley estaba provocando serias controversias no solo en las Cámaras, sino también en la opinión pública; desde la adopción de posturas radicales entre los sectores de la izquierda que veían en ella un recorte de libertades, hasta las fuertes campañas alentadas por la prensa a nivel nacional adoptando posturas muy críticas sobre este texto legal; todo ello era una repetición de lo sucedido con motivo de la entrada en vigor de otras que con fines similares la precedieron, la última de 1896 que, aunque en suspenso, también sirvió de referente para el nuevo proyecto de texto legal que finalmente fue desestimado en el Congreso en junio de 1908 pese a su aprobación previa en el Senado.

En este escenario fue, precisamente, donde aquella primavera de 1908 se desarrollaron los hechos que a continuación vamos a narrar.

El primero de estos sucesos a los que hemos hecho referencia tuvo lugar en la mañana del domingo 24 de mayo de 1908 en la iglesia de San Jorge, una de las más emblemáticas de la ciudad, en la que se celebraban, por aquellas fechas, las funciones religiosas más relevantes y especialmente las de carácter oficial que concitaban la presencia de autoridades civiles y militares y representaciones de la vida social coruñesa.

La iglesia de San Jorge, templo de estilo barroco con clara inspiración compostelana, se halla situada en el barrio de la Pescadería, el más comercial y pujante de la ciudad, muy próxima al actual Palacio Municipal, si bien en el instante histórico al que hacemos referencia las Casas Consistoriales coruñesas se ubicaban en un edificio anejo al templo, formando con él un ángulo recto a cuyo frente se extendía una plaza de planta rectangular que por tal motivo se convertía en una suerte de plaza mayor de la ciudad. La construcción de esta iglesia se inició en 1693 no concluyendo definitivamente hasta 1906, dos años antes del suceso que nos ocupa. 

En origen, una iglesia con esta misma advocación, de mala fábrica, se hallaba ubicada en el solar que en 1908 ocupaba el llamado Teatro Nuevo, hoy Rosalía de Castro, así como las dependencias de la Diputación Provincial y del Gobierno Civil en cuyos bajos se encontraban la Inspección del Cuerpo de Vigilancia y la Prevención del de Seguridad, en tanto que en la actual iglesia de San Jorge abría sus puertas la de San Agustín; precisamente tras la exclaustración de los Agustinos, en las dependencias de su antiguo convento, se instalaron las Casas Consistoriales de la ciudad, mientras que la iglesia cambió de advocación bajo el nombre de San Jorge. 

San Jorge ya por aquellas fechas constituía una de las dos parroquias de la Pescadería junto con la próxima de San Nicolás; sin embargo, en su caso, por la proximidad con las Casas Consistoriales y con una buena parte de los Acuartelamientos militares de la ciudad, esta iglesia era, de alguna manera, el templo de referencia de La Coruña pese a que esta contaba con una Colegiata en la parte alta o vieja coruñesa.

Las principales efemérides religiosas; los Oficios de Semana Santa a los que asistían las Autoridades; incluso las misas dominicales a las que acudían las diferentes Unidades de la guarnición, tenían como eje y punto de celebración esta iglesia de San Jorge, a la que también concurría, de forma habitual, lo mejor de la sociedad coruñesa, al menos su burguesía instalada, mayoritariamente, en la zona de La Pescadería. 

Generalmente, a la celebración de la misa dominical de diez de la mañana, asistía el personal del Regimiento de Infantería Isabel la Católica nº 54, acuartelado en el Cuartel del Príncipe Alfonso o de Atocha, situado en las inmediaciones del citado templo; por su parte, a la de once, cada domingo, concurrían las Baterías del Regimiento de Artillería 3º de Montaña, con sede en el acuartelamiento de San Amaro, algo más alejado de la iglesia de San Jorge. En ambos casos iban acompañadas de mandos, Escuadra de Gastadores o Batidores, según se tratase de uno u otro, y las Bandas y Músicas regimentales de los Cuerpos que las poseyesen.

Pero volvamos a aquel 24 de mayo que, como queda dicho, era domingo. Se vivían, precisamente, en aquellos días los instantes más álgidos de la campaña de descredito de la nueva Ley antiterrorista contra la que se habían pronunciado ya ni más ni menos que 160 periódicos de toda España y entre ellos la totalidad de los de Madrid.

En este escenario de protestas generalizadas comienza, como cada mañana de domingo, la Misa de diez en la iglesia de San Jorge de La Coruña. Asisten efectivos del Regimiento de Infantería "Isabel la Católica nº 54" con su Música regimental y una nutrida representación de fieles pertenecientes a algunas de las familias más acomodadas de la ciudad. 

Justo en el instante en que el sacerdote oficiante se dispone a alzar "un estampido enorme, repercutido y agrandado por la sonoridad de las bóvedas - señala el ABC en su edición correspondiente al 25 de mayo -, sembró el pánico entre los fieles, que tumultuosamente lanzáronse hacia la calle. La confusión del momento no es para descripta (sic). Solo hubo dos notas de serenidad: la de los Jefes y Oficiales que, volviéndose a la tropa, ordenaron ¡firmes!, y la del sacerdote que, volviéndose hacia el auditorio, dio la bendición, retirándose después sin apresurarse y sin abandonar la Sagrada Forma".

¿Qué había sucedido realmente? La detonación procedía de un confesonario de grandes dimensiones y casi en desuso que se hallaba en la zona derecha a la entrada del templo; ese fue el origen de la explosión que causó daños en la vieja estructura de madera, proyectando sus astillas y una carga de metralla sobre las paredes y columnas de la iglesia, llegando a herir a alguno de los fieles situados en sus proximidades.

Pero si la deflagración causó pocos daños tanto en personas como en enseres, mucho peor resultó la huida precipitada de fieles que atemorizados corrieron a desalojar el templo, arrollándose en la carrera. El diario "El Imparcial" en la primera plana de su edición del día 25 refiere este suceso en los siguientes términos: "El estampido fue formidable y pareció que se hundía el templo. El tumulto que se produjo al oírse la explosión fue enorme. El oficiante acababa de alzar la Hostia; la misa quedó interrumpida, pero el celebrante permaneció junto al altar; los fieles, atropellándose y gritando, corrían hacia las puertas de la iglesia; los soldados, rota la formación, iniciaron también la desbandada, mas la oficialidad desenvainó los sables y logró imponerse al pánico de las tropas, haciéndolas formar de nuevo. Algunas personas habían sido, heridas por fragmentos del tubo que había hecho explosión y otras por trozos de cascote, de maderas del confesonario y de algunos objetos destrozados. Varias señoras cayeron desmayadas y la multitud pisoteó sus cuerpos. Ha sido providencial que no ocurriese una catástrofe".

Creemos, de todas formas, que una buena parte de esta narración no tiene visos de credibilidad alguna y demuestra, cuando menos, una clara intención de magnificar lo sucedido por parte del redactor. Tal aseveración se puede verificar, además de por el resultado final de las víctimas, por la información contenida en los medios locales que hablan de la templanza con la que se condujo la fuerza presente en la iglesia, tras la tajante orden de "firmes" dada por sus Oficiales, y que si en algún momento las filas de la tropa fueron rotas esto obedeció más bien a la estampida general que se produjo entre los fieles que a otras circunstancias. En tal sentido el propio ABC en su relato del día 25 señala: "... incluso los músicos del Regimiento, que permanecían quietos junto a la puerta, fueron arrollados. Uno de ellos resultó herido en la frente...". 

También ABC en su edición ya mencionada continúa señalando que "cuando mayor era el pánico el cura párroco y los jefes de Infantería reunieron apresuradamente a los músicos desperdigados y mandaron tocar la Marcha Real en el preciso momento en que, vuelto el sacerdote al altar, alzaba la Hostia. Estas demostraciones de serenidad hicieron recobrar la calma a los fieles".

De inmediato hizo acto de presencia en el templo el Gobernador Civil de la provincia, Crespo de Lara, concurriendo también con celeridad efectivos del Cuerpo de Seguridad de su cercano cuartelillo de la calle de Riego de Agua, situado en las dependencias del Gobierno Civil, y Agentes de Vigilancia de la Inspección de la calle del Agar, que lograron restablecer el orden y calmar a los ciudadanos, iniciándose las investigaciones sobre el hecho.


Por lo que a las tropas del Regimiento de Infantería Isabel la Católica nº 54 se refiere, regresaron desfilando a su acuartelamiento lo que contribuyó, mucho más, a templar los ánimos de los coruñeses.

Iniciadas las primeras pesquisas se pudo determinar que la explosión la produjo la ignición de un cartucho de pólvora en cuyo interior se había dispuesto escoria de metal y algunos trozos pequeños de hierro para que actuasen a modo de metralla, siendo colocada fuera del confesonario sobre el banco que suelen ocupar los files cuando reciben el Sacramento de la confesión. Igualmente, tras los primeros interrogatorios a los testigos del suceso se pudo establecer que cerca del confesonario se encontraban tres niños que observaron como un hombre desconocido colocaba un objeto; al verse sorprendido por la presencia de los menores, el individuo, reaccionó empujando y abofeteando a uno de ellos, tras lo cual prendió un fósforo y con él encendió lo que parecía una mecha, abandonando seguidamente el lugar. 

Consecuencia del atentado se pudo determinar el número de heridos como consecuencia de la deflagración, ascendiendo a un total de siete entre los que se encontraba la esposa del Presidente de la Diputación, dos Músicos de la Unidad de Música del "Isabel la Católica", dos adultos, un menor y un Soldado asistente, estos últimos fueron los que su estado revistió mayor gravedad. Todo ello sin contar los contusos que fueron arrollados como consecuencia de la huida cuyo estado no revistió gravedad.

Por las descripciones ofrecidas por los testigos, en un primer momento se creyó que el autor material del hecho era un conocido anarquista de nombre Rufino Macho que fue rápidamente detenido pudiendo verificar su coartada ya que en el instante de la explosión se encontraba en la vecina localidad de Betanzos asistiendo a un acto de carácter político, motivo por el cual, tras oírlo en declaración, fue puesto en libertad pese a existir fundadas sospechas que arguyese una coartada falsa previamente preparada.

Igualmente fruto de las primeras investigaciones se logró la detención de otro sospechoso, un tal Rogelio Pardo, al que en algunos medios escritos se le identifica como Rogelio Pita, de cuarenta y cinco años y de profesión camarero, al cual uno de los niños y un Soldado, ambos testigos del hecho, reconocieron como el autor de la colocación de la bomba, motivo por el cual el Juez encargado del caso ordenó su ingreso en prisión, siendo posteriormente puesto en libertad al no poder probar, de forma fehaciente, su participación en los hechos.

La investigación llevada a cabo por la Policía provocó diferentes registros domiciliarios en las viviendas de los anarquistas más significados de la ciudad, dando estos resultado negativo.

La indignación y el malestar se adueñó de la ciudad cuyos habitantes, así como las Instituciones y Entidades más relevantes de la vida social, se dirigieron al Gobernador en súplica para que se tomasen las medidas pertinentes conducentes a evitar la repetición de hechos de estas características, temiendo que La Coruña pudiese convertirse en una reedición de los sucesos que, por aquellas fechas, tenían lugar en ciudades como Barcelona donde los atentados de grupos radicales anarquistas se habían convertido en algo habitual.

Sin embargo no debió alterar este hecho en demasía la vida cotidiana de los coruñeses a tenor de lo que el diario "El Noroeste", editado en la ciudad, señala en la página dos de su edición correspondiente al 26 siguiente, donde trata de sacarle todo el hierro posible al asunto: "en la ciudad no se alteró en nada la normalidad y los paseos y espectáculos se vieron tan animados y concurridos el resto del día, que en el Teatro Principal no había ni una sola localidad vacía y por las calles céntricas era difícil al anochecer dar un paseo".

Por su parte, los grupos anarquistas de la ciudad, así como los de filiación izquierdista, manifestaron públicamente ser del todo ajenos a la autoría del hecho, indicando que podía tratarse de una "mano negra" que pretendiese culparles de lo sucedido y que ellos eran los primeros interesados en evitar la comisión de este tipo de acciones.

Pese a todo, el movimiento obrero coruñés protestó airadamente por el encarcelamiento de Rogelio Pardo a quien consideraban totalmente ajeno a la colocación del explosivo, haciendo ostensible su protesta en reuniones celebradas al efecto y en visitas a las redacciones de los periódicos coruñeses.

Sin embargo, a lo largo de la jornada del día 25 fueron detectados en algunas calles de la ciudad varios pasquines sin firma de organización reivindicadora alguna, en los que podían leerse frases tales como "ojo, ojo" o "lo de ayer es el comienzo de otros hechos", todo lo que contribuyó a crear en la ciudad un clima de intranquilidad, máxime por tratarse de un suceso sin antecedentes en un escenario como La Coruña.

Una de la asociaciones que más alzó la voz para protestar por el incidente fue la Liga de Amigos de La Coruña, entidad encargada de organizar los festejos de agosto quien insistió en señalar para conocimiento, especialmente de los forasteros, que se trataba de un hecho aislado y que no debería tener repercusión en la posible venida de estos a la ciudad.

Y efectivamente, aquello no fue más que el principio ya que el sábado, día 30 de mayo, hizo explosión otro artefacto en una ventana de los bajos del Gobierno Civil, edificio de mediados del siglo XIX, en pleno centro coruñés, donde se encontraban ubicadas tanto la Inspección de Vigilancia como la Prevención del Cuerpo de Seguridad, además de la Diputación Provincial y del Teatro Nuevo, sin que causase daño o desperfecto alguno, aunque si la consiguiente alarma; sin embargo, tampoco esta cadena de hechos concluyó ahí ya que de nuevo, a las diez de la noche del día 4 de junio, en la puerta de la iglesia de San Nicolás, estalló otro artefacto que, pese a no causar daños, provocando tan solo un pequeño susto, sirvió para aumentar la intranquilidad en la población.

Este templo bajo la advocación de San Nicolás, de origen medieval y reconstruido íntegramente en el siglo XVIII, se encuentra situado también en el barrio de Pescadería y, por tanto, próximo al inmueble ocupado, por aquellas fechas por el Gobierno Civil y por las dependencias de la Policía Gubernativa, así como a la iglesia de San Jorge donde se había originado la primera explosión.

Tan solo cinco días más tarde, el día 9, a las diez de la noche, se registraron dos nuevas explosiones, en un intervalo de veinte minutos, en los populosos jardines de Méndez Núñez, conocidos como los del Relleno por ocupar un espacio ganado al mar en el siglo XIX y ubicados en pleno corazón de la ciudad, constituyendo un lugar de esparcimiento muy concurrido por la ciudadanía en épocas de bonanza climatológica aprovechando su espacio destinado a paseo. 

El primero no causó daños; en cuanto al segundo, al hallarse en las proximidades un grupo de curiosos alertados por la explosión del anterior, produjo varios contusos de los que el de mayor gravedad fue un joven que, trasladado a un centro asistencial, fue dado de alta seguidamente.

Es lógico suponer que, aun cuando los daños en personas e inmuebles fueran mínimos, esta situación de intranquilidad debió constituir fuente seria de preocupación tanto para los coruñeses en general, como para las Autoridades en particular, especialmente por el hecho de resultar imprevisible el objetivo elegido para el siguiente atentado. 

Finalmente, a las diez de la noche del día 17 siguiente, un nuevo petardo explosionó en los urinarios públicos habidos en los ya citados jardines del Relleno, frente al acceso a la calle de Santa Catalina. Según refiere el diario coruñés "El Noroeste" en su edición del día 18, "la deflagración produjo una detonación bastante fuerte, con el retumbar característico de la pólvora y algunos desperfectos en las puertas de madera del urinario, una de cuyas planchas de pizarra fue también resquebrajada. Los cristales de la linterna que le sirve de coronamiento saltaron, como es natural, hechos pedazos. El resto del kiosco quedó enteramente incólume".

De resulta de esta explosión sufrió heridas de escasa consideración, producidas por un corte en una de sus manos, un Concejal del Ayuntamiento coruñés que salía, en aquel instante, de utilizar los servicios públicos. 

Tras esta última explosión, la Policía inició una nueva línea de investigación al haber recibido informaciones de testigos presenciales de este hecho que le facilitaron el acceso a otras pistas no seguidas hasta aquel momento.

Todas aquellas explosiones, producidas en el plazo de poco más de veinte días, sirvieron, como se ha dicho, para crear un clima de intranquilidad, aunque no de excesiva alarma, en toda la ciudad; a que esta cadena de atentados no provocase sumir a La Coruña en un estado de terror y a sus habitantes en una especie de histeria colectiva, contribuyó el hecho de que, salvo en lo referente al primer artefacto colocado en la iglesia de San Jorge, dadas las circunstancias concretas que lo rodearon, de los demás, hasta el último mencionado del día 17, no se hizo eco ni la prensa local ni tampoco la madrileña, "convencidos - señala "El Noreste" en su edición del 18 de junio - que la mejor colaboración que puede prestarse a esta maniobra de mal género es la de la publicidad que es al mismo tiempo engreimiento y propaganda...".

Sin embargo no sucedió lo mismo con algunos periódicos editados en otras ciudades gallegas que "para desahogar sus añejos e inveterados rencores de campanario - sigue señalando "El Noroeste" - haciendo creer a sus escasos e infortunados lectores que aquí ocurren cosas terribles y estallan bombas a todas horas y saltan los edificios y mueren las gentes como chinches...". 

Lo cierto es, como hemos significado anteriormente, que la vida siguió su cauce normal en toda la ciudad, manteniendo su animación característica y habitual en paseos y teatros; paralelamente, los partidos de izquierdas, prosiguieron con sus campañas de protesta contra la Ley antiterrorista, convocando mítines en teatros y sociedades y distribuyendo pasquines por toda La Coruña. Por su parte, las asociaciones de obreros, se reunieron, a finales de junio, con el fin de prestar todo tipo de colaboración para el descubrimiento de los autores de los hechos referidos.

Las investigaciones prosiguieron, incluso el Gobernador Civil ofreció un premio de 6.000 pts., una fortuna para la época, a la persona que descubriese al autor o autores de estos atentados o facilitase una pista segura para su localización y detención. 

Fruto de estas investigaciones se detuvo a un tal Clodoaldo Ulloa a quien, un ex Policía de apellido Piñón, vio salir huyendo de los urinarios públicos de los Jardines de Méndez Núñez una vez producida la explosión; tras la detención, a la que no opuso resistencia, y el registro de su domicilio, con resultado negativo, el sospechoso fue ingresado en prisión, continuando el Cuerpo de Vigilancia con las pesquisas. En este sentido se pudo saber que el citado Clodoaldo se había dirigido a una barbería, días antes del 17 de junio, a pedir que le afeitasen la barba, sin duda con el fin de modificar su aspecto físico. Tras estas informaciones se verificaron los careos oportunos y las ruedas de reconocimiento realizadas al efecto ante algunos testigos de los hechos que no permitieron determinar nada en concreto; pese a todo el individuo en cuestión fue procesado acusado de la colocación de estos artefactos.

Hubo sectores radicales de la izquierda que hicieron correr, por la ciudad, el falso bulo de que Clodoaldo Ulloa y su mujer tenían ciertas concomitancias con grupos católicos interesados en que la Ley Antiterrorista, que estaba en fase de debate, fuese finalmente aprobada y por ello se encontraban en el trasfondo de estos sucesos al haber sido los motores ideológicos que incitaron a Ulloa a colocar los artefactos; finalmente, en el juicio oral estas acusaciones, del todo infundadas, quedaron desbaratadas.

La vista oral comenzó en La Coruña el 16 de marzo de 1909, contando con la presencia de un total de veintinueve testigos aunque finalmente el único que mantuvo su declaración inicial, rodeada de cierta vaguedad, fue el ex Policía Piñón, testigo principal de los hechos acecidos en la noche del 17 de junio anterior y por tanto de todo el proceso. 

Finalmente, el 19 de marzo, se dictó sentencia pese a haber sido retirada por parte del Fiscal la acusación que pesaba sobre el reo; el Presidente del Tribunal manifestó, de forma pública, que no existían pruebas concluyentes que probasen la participación del reo en los hechos de los que era acusado, sin embargo el Jurado, que deliberó por espacio de media hora, lo encontró culpable y el Juez lo condenó a la pena mínima, ocho años y un día de prisión mayor, indemnización y costas. La pena de privación de libertad la cumplió en el penal de Burgos.

Aquella sesión final del proceso, rodeada de gran expectación, resultó tumultuosa profiriendo, por parte de un grupo de obreros presentes, gritos de "viva la libertad" y abucheos contra la decisión del Jurado, por lo que el Presidente se vio obligado a desalojar la Sala y solicitar la presencia de efectivos de la Policía y de la Guardia Civil para asegurar la situación y restablecer el orden.

Ignoramos si el ex Policía Piñón llegó a percibir el premio de 6.000 pts., ofrecido por el Gobernador Civil pero sea como fuere, fuese o no culpable el citado Clodoaldo Ulloa, lo cierto es que hechos de aquella naturaleza no volvieron a registrarse en la ciudad tras la detención e ingreso en prisión del acusado.

José Eugenio Fernández Barallobre