lunes, 20 de abril de 2015

1872. La fugaz visita a La Coruña del Rey Amadeo I de Saboya.



Corrían extraños y agitados tiempos para España cuando el día 19 de agosto de 1872, el nuevo Rey Amadeo de Saboya realizó una fugaz visita de cortesía  a La Coruña.  En 1868 la revolución conocida con el sobrenombre de la Gloriosa, había derribado del trono a la Reina Isabel II y se había llevado por delante a la secular monarquía española. La sublevación de la escuadra, para acabar con la dinastía borbónica, hizo viable la llegada desde su exilio en Inglaterra del general Juan Prim y Prats. Se  formó una junta presidida por el almirante Juan Bautista Topete y el avance victorioso de Prim por la costa mediterránea, posibilitó que toda España saludase el nuevo movimiento con enormes muestras de júbilo. El general Francisco Serrano, otro de los implicados en la sublevación, vencedor en el Puente de Alcolea (Córdoba) del Ejército realista, fue nombrado presidente del gobierno provisional y Juan Prim ocupó la cartera de Estado.

Las Cortes por medio de un pacto entre progresistas y unionistas, aprobaron una nueva constitución. Por decisión del general Prim, España continuó constituyéndose en una Monarquía.  Serrano, “el general bonito” es nombrado regente y Prim asciende a Jefe de Gobierno, conformándose un gobierno con una combinación de progresistas y unionistas.
Para ocupar el trono vacío, los progresistas proponían la candidatura de Fernando de Coburgo y los unionistas  la de Antonio de Orleáns, Duque de Montpensier, cuñado de la reina Isabel y uno de los principales instigadores de la revolución. Ninguna de las opciones cristalizará en algo positivo. Prim ofreció entonces la corona  al duque de Génova que la rechazó, al igual que hizo el duque de la Victoria, General Baldomero Espartero. Con pocas opciones a la vista, Prim volvió a ofrecérsela al Duque de Aosta quien la había rechazado en primera instancia. En esta ocasión el duque acepta y su candidatura es aprobada por las Cortes por 191 votos  a favor, registrándose también en aquella votación 60 papeletas por la República  federal 27 por el duque de Montpensier, 8 por el general Espartero, 2 por la República unitaria, 2 por Alfonso de Borbón, 1 por una República indefinida y 1 por la duquesa de Montpensier, la infanta María Luisa Fernanda, hermana de Isabel II y  19 en blanco. Reinará con el nombre de Amadeo I de Saboya. El nuevo Rey hará su entrada en España el 30 de diciembre de 1870, el mismo día en que su principal valedor, el general Prim y Prats, muere en su casa a resultas de un complot masónico auspiciado, con casi toda probabilidad entre otros, por el General Serrano, el almirante Topete y el duque de Montpensier, enemigo visceral de Prim. A las siete y media de la tarde del día 27 de diciembre la berlina verde tirada por dos caballos en la que viajaba en el general Prim con destino a su casa del ministerio de la guerra en el palacio de Buenavista, sale del palacio de las Cortes. Iba acompañado por el coronel Moya y su ayudante  Ángel  González Nandín, reconocido militar y con el tiempo importante ganadero de reses bravas, además del cochero. La noche es muy desapacible cayendo en esos momentos sobre Madrid una copiosa nevada. Al llegar el vehículo a la calle del Turco (hoy Marqués de Cubas), tres individuos vestidos con blusas (entre ellos el diputado José Paul Angulo) se acercan al coche presidencial, que se ha detenido unos momentos para no chocar con otros dos carruajes  atravesados en la calzada. Los agresores provistos de pistolas, retacos y carabinas efectúan durante unos segundos numerosos disparos contra el vehículo del presidente, uno de ellos a quemarropa, alcanzado a Prim en su hombro izquierdo y en la mano derecha, provocándole importantes heridas, incrustándose incluso varios granos de pólvora en su cara. Hasta ocho balas fueron extraídas del cuerpo del ilustre militar. Se creyó hasta hace escasas fechas que Juan Prim había muerto a consecuencia de la infección por  sepsis, producida por las graves heridas sufridas en el atentado. Sin embargo en octubre del año 2012 un importante grupo de forenses y expertos criminólogos de la universidad Camilo  José Cela, bajo la dirección de Francisco Pérez Abellán, desenterraron en Reus la momia del general que reveló que Don Juan Prim y Prats fue muerto por estrangulamiento a lazo efectuado por un sicario a las ordenes de los instigadores intelectuales del magnicidio y no por las heridas recibidas que no llegaron afectar ningún órgano vital, quedando así resuelta una parte importante de uno de los grandes enigmas españoles de los dos últimos siglos.

Amadeo llegaba para rezar ante el cadáver del militar que lo había embarcado en tan complicada y peligrosa aventura. En los poco más de veintiséis meses de su reinado, el nuevo Rey se dedicó a recorrer todos los lugares de su nueva Patria. El turno a La Coruña le llegaría el 19 de agosto de 1872. Ese día, Amadeo de Saboya, acompañado por los ministros de Gracia y Justicia, Montero Ríos y de Marina, Berenguer Ruíz de Apodaca, arribó al muelle de hierro para realizar una visita de menos de veinticuatro horas a nuestra ciudad.

Fue recibido por el Capitán General José Sánchez Bregua. Ni un solo viva a su persona se oyó  a su paso por las calles en su trayecto desde el muelle al Palacio de Capitanía donde quedó alojado. Esa gran frialdad con que le recibió la ciudad, venía dada por la postura del  diputado republicano, Ramón Pérez Costales, que desde su retiro voluntario de Palavea, publicó dos hojas sueltas que alcanzaron notable difusión. En una de ellas, hacía mención al carácter de ciudad abierta y liberal que era La Coruña.

De entre sus párrafos merece la pena destacarse el que sigue: “Posáis, rey Amadeo, vuestra extrajera planta en una ciudad siempre celosa de su españolismo. Veréis una calle que se llama María Pita. Lleva el nombre de una heroína matrona que salvó a esta ciudad matando al caudillo inglés. Otras calles, las principales, se llaman Cantón de Porlier, Cantón de Laci, calle de Acevedo  y de Espoz y Mina. Ya comprenderéis que pueblo que tanto estima estos recuerdos y que esculpe esos nombres sagrados en las esquinas para que sean recordados millones de veces cada día, ha de sentir que seáis señor extranjero. El grito de guerra que dio la heroína, María Pita, para que otros imitasen su ejemplo fue “atrás el extranjero”. Porlier, Laci, Espoz y Mina y Acevedo también arengaban a sus huestes con ese mismo grito “atrás el extranjero”.  Por eso nos ha de extrañar que a vuestra llegada el pueblo no grite, la voz se le ahogaría en la garganta, “viva el rey extranjero, adelante el extranjero”. La Coruña es una ciudad republicana. El ayuntamiento es republicano. Su representante en Cortes para la próxima legislatura será también republicano. Estáis pues en territorio enemigo, completamente enemigo, pero enemigo leal. El pueblo os ve llegar, os deja pasar y se prepara. Si la mayoría de los pueblos de España envía representante como el de La Coruña, las Cortes serán republicanas y estáis destronado y perderéis vuestra corona, rey Amadeo”.

En la segunda hoja, Costales criticaba duramente al alcalde, republicano como él, Federico Tapia, por haber asistido a la recepción  real y haberse comportado cortésmente con el monarca. Esa ácida y dura critica llevaría a los dos políticos a mantener una enemistad de por vida. De todas formas y en honor a la verdad, el alcalde Federico Tapia y su corporación habían promulgado un acuerdo en el que se decía textualmente: “El ayuntamiento de la Coruña, cumpliendo un deber que la ley y la educación imponen, asistirá en nombre del pueblo a la recepción del primer magistrado de la nación. No habrá ninguna clase de festejos en su honor debido a la escasez de recursos por los que atraviesa el municipio”. Incluso a la hora de los discursos de bienvenida al Rey pronunciados en el Ayuntamiento coruñés el alcalde Federico Tapia le había dicho al monarca entre otras cosas lo siguiente: “Estáis en la capital de Galicia, ciudad tan fiel al espíritu de Nación como amiga de su independencia. Apartada ciento diez leguas de la capital centralizadora que todo lo absorbe y lo consume y donde se reparten pingües y cuantiosos capitales que representan el sudor y la fatiga, la actividad y la industria, el trabajo y la inteligencia, el ahorro y la economía del indomable pueblo español, esta ciudad y su comarca no pudo, cual era acreedora, disfrutar proporcionalmente concesiones que otras ciudades y comarcas alcanzaron. Prueba de ello es el deplorable estado del ferrocarril  y lo precario de sus habitantes y ayuntamiento popular envuelto en una considerable deuda.
Nada más tengo que deciros; tened en cuenta y sabed que si sois hombre de valor y de espíritu fuerte, a favor no la habéis menester, pues los gallegos de horados se precian y de nobles se pierden. Entrad pues en paz en la ciudad. Que vuestra estancia aquí no turbe nuestra fe ni altere en nada nuestra envidiable tranquilidad”.

El Rey fue recibido en el gobierno civil por el Gobernador quien ofreció un almuerzo en su honor. La tertulia La Confianza cedió a regañadientes los muebles para habilitar en el Palacio de Capitanía la estancia real.  La dueña de la fonda La Universal a la que se asignó el suministro de la comida durante la estancia de su Majestad en la ciudad, solicitó la nada despreciable cantidad de veinticinco duros por cubierto sin vinos ni vajilla y que se le eximiese de toda culpa en caso de envenenamiento del monarca, circunstancia que venía agravada desde el atentado que el propio Rey sufriera en la calle del Arenal de Madrid y por su visita a Valladolid donde alguien quiso echarle veneno en los alimentos que iba a ingerir. ¡Vaya panorama!

Amadeo visitó la fábrica de tabacos, el hospital, girando también visita a las unidades militares de la plaza y al acuartelamiento de Atocha donde presenció una parada militar. No hubo una sola fiesta en su honor ya que ni el Ayuntamiento, ni las sociedades recreativas, ni el vecindario, aportaron ayuda económica, algo bien distinto a lo que había sucedido con la visita en 1858 de Isabel II, pues los vecinos en menos de cuarenta y ocho horas consiguieron para las fiestas en honor de la Reina la cantidad de 16 duros.

Gracias a quien fue durante años cronista oficial de la ciudad, Juan Naya hemos conocido en el tiempo, tres anécdotas muy curiosas de la visita de Amadeo de Saboya a La Coruña. La primera fue el sumo cuidado que tuvo el alcalde Federico Tapia de llamarle siempre “señor” y no “majestad”. La segunda que disgustó sobremanera al monarca  fue la frialdad con que se comportaron las tropas que apenas contestaron  a los vivas de ordenanza dados por sus Jefes y oficiales en su honor. La tercera sin embargo resultó singular y entrañable ya que el Rey se llevó para su escolta a un policía municipal gigantesco, dotado de una  fuerza descomunal llamado Hilario Ricoy que volvería a La  Coruña al producirse la abdicación del Rey  en febrero de 1873 para incorporarse de nuevo a la policía municipal. Moriría en La Coruña en 1915.

 El día 11 el Rey Amadeo cansado de las pugnas políticas entre Manuel Ruiz Zorrilla y Práxedes Mateo Sagasta y de los desaires e imposiciones recibidas, entre ellas la reorganización del arma de Artillería, un conflicto creado entre Ruiz Zorrilla y el Arma de Artilleros. El presidente Zorrilla era decido partidario de disolver dicha arma militar, bajo amenaza de dimitir, y el ejército propuso a Amadeo I que prescindiera de las Cortes y del gabinete y gobernara de manera autoritaria. Ante tal situación Amadeo que aquel día se hallaba en el café de Fornos esperando para almorzar se refugió en la embajada italiana y renunció al trono español, fracasando así la monarquía constitucional y la democracia pues  la constitución de 1869  había dado atribuciones a la corona y no al parlamento para el nombramiento del gobierno. España perdía una nueva ocasión de modernizarse y afianzarse constitucionalmente.

Calin Fernández Barallobre

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.