lunes, 20 de abril de 2015

Aquellos cines de La Coruña


La Coruña de los años finales de la década de los 60 e inicios de los 70 era una ciudad divertida, alegre y desenfadada que vivía uno de sus grandes amaneceres. Las tardes y las noches, cargadas de ambiente, transcurrían entre tazas, tertulias, copas y algún que otro espectáculo en vivo que servía para despertar la libido a más de uno.

Nombres tan entrañables como el Galicia, el Whisky Club, el Gales o los Porches, rivalizaban en buen gusto y distinguida clientela, haciendo de cada tarde o cada noche un lugar diferente donde vivir experiencias únicas e inolvidables, en especial en aquellas jornadas de nuestro agosto festivo en que La Coruña, por obra y gracia de la magia del verano, se convertía en un auténtico crisol donde confluían gentes venidas de todos los rincones de España.

Sin embargo, cada vez que el verano se alejaba cubriendo a la ciudad con el manto ocre del otoño, despertaba otra Coruña más intimista y quizás más seductora, donde unos y otros nos conocíamos, cruzando saludos a lo largo del inevitable subir y bajar por la calle Real.

Aquellos largos fines de semana del interminable invierno transcurrían lentos y ávidos de romances a la luz de las calles tenuemente iluminadas con farolas de brazo y bombillas de 200. Unos y otras buscaban el mejor acomodo donde servir al amor, permitiéndose ciertas licencias mal vistas por una sociedad poco o nada tolerante con los escarceos amorosos.

Dentro del abanico de posibilidades que ofrecía la ciudad no sólo para la distracción de las gentes sino también para esas licencias a las que me he referido figuraban, con letras de molde, las salas de cine que por aquellos años abrían sus puertas en Marineda.

Era un tiempo en que todavía se podía recoger en la calle, de manos de algún chaval, el pequeño prospecto que anunciaba los estrenos cinematográficos más relevantes de la semana, destacando a los actores norteamericanos en boga en aquellas calendas.

De entre todos los cines de solera y prestigio de la ciudad, cuyas pantallas acogían los estrenos, destacaban a sobremanera los todavía existentes Teatros "Colón" y "Rosalía Castro", sin duda los buques insignia de la flotilla de salas cinematográficas y a las que, por estos años, se unió el Cine "Riazor", vanguardia y avanzadilla de la modernización de este tipo de locales, dotado con más comodidades y mucho más funcional que los otros dos sin por ello perder su característico toque de elegancia.

Con ellos, en un segundo plano, aunque todavía en las líneas de vanguardia, los "Coruña", "Avenida" y "París", este último de reciente desaparición. En ellos se proyectaban estrenos de menor tronío y algún que otro reestreno de películas muy taquilleras, proyectadas previamente en alguno de los “grandes”.

Ya la piqueta había hecho desaparecer el "Savoy" y el "Doré", el primero en plena calle Real donde se estrenó la primera película sonora en una sesión llena de glamour y el segundo en pleno Juan Flórez, cerca del también desaparecido Colegio femenino de Cristo Rey.

La oferta de salas cinematográficas de la zona centro de la ciudad la completaba el "Goya", ubicado en la calle Cordelería y que por aquellos años había cambiado su orientación, trocándose en cine de arte y ensayo, donde tuvimos la oportunidad de asistir al estreno de “Helga”, una controvertida película que recogía las más duras escenas de un parto y que según la crítica o tal vez fruto simplemente de una de esas leyendas urbanas que corren de boca en boca, provocaba constantes desmayos entre los espectadores, obligando a permanecer en el hall de la sala a un equipo sanitario de primeras asistencias, algo que, desde luego, no pudimos contrastar. 

Junto a este, el "Kiosco Alfonso", en los Jardines del Relleno, funcionando tan sólo la sala del piso superior y con los bajos ocupados por la terminal de AVIACO y por aquella simpática cafetería con idéntico nombre de “Terminal” que regentaba la entrañable Angeles de la Iglesia y como no, el "Equitativa", superviviente hasta hace pocas fechas, en cuya única sala, de sesión continua, el incombustible “Chousa”, fallecido no ha mucho tiempo, velaba por el orden y seguridad más de una vez distorsionado por gritos o bromas de regular gusto gastadas por los espectadores, la mayoría estudiantes de bachillerato que hacían “novillos” refugiándose en el cine que, merced a lo continuado de sus sesiones, permitía ocultarse de miradas delatoras mientras duraba la jornada escolar.

Los distintos barrios coruñeses también presentaban, en las páginas de los periódicos locales, sus respectivas ofertas cinematográficas. Así por ejemplo, en la zona de Santa Margarita abría sus puertas el cine "Rex", explotado por la Empresa Fraga y que acogía películas estrenadas en el Riazor o en el Salón París, pertenecientes a la misma Empresa.

Monelos o la Avda. de Finisterre contaban igualmente con sendas salas que ostentaban estos nombres al igual que la calle de San José, próxima a la de la Torre, donde el cine "Hércules" era el encargado de cubrir esta parcela del ocio.

Con todos ellos, el "Ciudad", en plena Plaza de Azcárraga; el "Ideal Cinema", en la Gaiteira; el "España" en el barrio del Gurugú y el "Alfonso Molina", en las proximidades de la Estación de San Cristóbal, completaban la oferta coruñesa de salas cinematográficas.

La afición al cine en nuestra ciudad, la misma que había hecho concebir ilusiones a los que organizaron aquel “I Festival del Cine del Mar”, que en sesión restringida estrenó “El Acorazado Potenkin”, permitía mantener vivos al menos dos Cine Clubes, uno el “Coruña” y otro el “Aldebarán”, del que era su preboste mi buen amigo Ricardo Fernández Castro, que periódicamente organizaban ciclos de culto, arte y ensayo, de directores o de actores de moda en el momento.

Salas como la de la Casa de la Cultura, la del Colegio Santo Domingo o la propia del Equitativa acogieron estos ciclos que eran seguidos por numerosos incondicionales que acudían para recibir la lección magistral de algún cinéfilo antes de la consabida proyección del film.

Sería injusto no mencionar aquellas salas de los Colegios Maristas, en la Plaza de Lugo, y Hogar de Santa Margarita, en Valle Inclán, que en las tardes de los domingos de temporada ofrecían pases de películas no sólo para los alumnos del Centro si no también para todos aquellos que gustasen de acudir a sus sesiones abonando un más que módico precio. 

Así transcurría la vida en aquella Coruña de finales de los 60 que gustaba de acudir a los estrenos en los principales cines de la ciudad, pero que no se sustraía a presenciar cualquier reestreno en los distintos cines que funcionaban a diario a lo largo y ancho de Marineda o que simplemente acudían a cualquiera de sus salas para, ocupando los asientos más esquinados de las últimas filas, entregarse al siempre gratificante rito de dar culto al amor por medio de un beso furtivo.

José Eugenio Fernández Barallobre.

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